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25 Nov 2024
25 Nov 2024
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Relájate. ¡Es cine!

Pero no quiero dejar de ver pelis con la misma inocencia que veía de niño las imposibles naves Eagle o aquellos romanos peor uniformados que los armaos de la Macarena

Fotograma de Furia de Titanes (1981)

No soy ningún cinéfilo. He tenido que googlear para poder escribir correctamente Andréi Tarkovski. Las veces que acudí a los Alphaville madrileños fue en la época universitaria para quedar de estupendo ante alguna chavala de clase (pues les juro que hubo una época en que uno pillaba cacho yendo de cultureta), y tengo hasta recuerdos de haber visto películas en idiomas cuyos fonemas me son tal ajenos como una parrillada de verduras. Jamás me he quedado de madrugada para ver los Óscar tras haber hecho quinielas sobre quién se llevaría el de montaje o el de vestuario. Y el único cine francés que no me ha parecido lento es el de Louis de Funès (¡que en algo se tenía que notar que era hijo de españoles!). Aunque eso no quita que me encantara el cine. Pues era rara la semana que no iba cuando había tantos donde elegir en todos los barrios, y no había que desplazarse a centros comerciales para ver una peli. Recuerdo lo mucho que he disfrutado en las sesiones dobles del cine Universal; los taquillazos históricos del Benlliure; o todo estreno de Disney que hubiera en el cine Imperial donde, cada vez que reponían Fantasía, iba a disfrutarla recordando la primera vez que la vi siendo un renacuajo llevado por mis padres en Santander. En verano era casi un ritual comenzar la noche (¡o acabarla, según la edad!) en el cine al aire libre, bien con una buena bolsa de pipas, bien con un buen bocata para comer en el intermedio. Porque había intermedios y todo.

He visto de estreno desde La guerra de las galaxias (eso de Star Wars es una modernidad) y Tiburón, a El Exorcista, Alien o Indiana Jones y el Arca perdida. En pantalla grande Ben-Hur en «Cinerama», Terremoto en «Sensurround», o Lawrence de Arabia a saber dónde y en qué. ¡Ni sabría decir todas las del Oeste a todo trapo con un sonido atronador de unos altavoces sin THX! Y en aquellas pantallas de televisiones culonas, he disfrutado del cine negro, con Bogart y Cagney; del de Chaplin, los Marx o Keaton; o muchas series ciencia ficción donde se veían el hilo que hacían colgar a las naves, o el velcro de los disfraces de los monstruos. ¡Pero cómo disfrutaba con aquellas de UFO, Espacio 1999, o Viaje al fondo del mar! Tu infancia eran viajes con Simbad o con Argos viendo esqueletos luchar y criaturas imposibles cobrar vida gracias a un tal Ray Harryhausen del que no sabías nada. Peplums de Semana Santa y aventuras de capa y espada: bien fuera con mosqueteros, o con aventureros como Scaramouche. Con el tiempo disfruté de Woody Allen, me hice con la colección completa de Billy Wilder, y me sorprendió disfrutar de El séptimo sello, játetú.

Ahora no voy tanto como me gustaría a ver cine en pantalla grande. Es lo único que reconozco que echo en falta en el Real Sitio sanlorentino donde moro. Pero alguna que otra vez me hago mi escapada en días y horas en que sé que no va nadie, y me doy ese pequeño lujo (el lujo es por comprar una coca y unas palomitas, que cuestan más que la entrada y la gasolina usada), para solaz esparcimiento de mi espíritu. Y, sobre todo, pasar un buen rato desconectado viviendo en otros mundos de fantasía. Sobre todo las que se disfrutan mejor en un buen pantallón. Y ya que vimos en su momento las primeras que fueron sus ahora precuelas, no nos perdimos las correspondientes de las sagas de Mad Max, Misión Imposible, Indiana Jones, o la de un gladiador que nos hizo no dejar de pasar un trigal sin poner la mano tonta escuchando en tu mente a Hans Zimmer. ¿Y saben qué? ¡Que me lo pasé pipa! Con todas. Con las Furiosas de Theron o Taylor-Joy; con el cabrito en megaforma al que vi por primera vez enfrentándose al diablo en Legend; con un profesor emérito Jones que me hizo tararear de nuevo a Williams; o con una naumaquia que no había visto cosa más chula desde la exposición de la obra de un pintor que os recomiendo vayáis a visitarle en Colmenar de Oreja llamado Ulpiano Checa. No esperaba guiones de Bergman, narrativas a lo Malick, ni puñeteros documentales de la BBC. Esperaba cine. Sin más. Y lo encontré. Haciéndome olvidar el día a día. Los problemas que tenemos todos. Los que nos sobrevuelan. Las desgracias. Y eso parece ser que no es suficiente para muchos. Ya lo siento. Debe de ser que me estoy haciendo mayor. Pero no quiero dejar de ver pelis con la misma inocencia que veía de niño las imposibles naves Eagle o aquellos romanos peor uniformados que los armaos de la Macarena. Donde me daba igual tales o cuales inexactitudes si había merecido la pena salir de las tinieblas de una sala mágica que es el cine, con una sonrisa. Uno es así de simple… afortunadamente. ¿Y ustedes?

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