Miguel Ángel Asturias ha sido uno de los grandes escritores contemporáneos hispanoamericanos, Premio Nobel de Literatura en 1967 y autor de una amplia obra llena de poesía y de ecos de la cultura de su Guatemala natal. Entre sus libros hay uno que pude leer en mi adolescencia, con 18 años, cuando aún no había llegado a la escuela española la debacle fruto de las catastróficas leyes educativas que, desde los años ochenta, se han ido implementando y que nos han conducido al desastre actual. Una obra que volví a releer tras mi encuentro con ese bellísimo y desdichado país que es Guatemala, un pequeño paraíso azotado por la violencia y las desigualdades. Se trata de El Señor Presidente, publicado en 1946 y que consagró a su autor como un verdadero maestro de la literatura.
El argumento –no les desvelaré el final- se desarrolla durante la dictadura de uno de los innumerables tiranos que han detentado el poder a lo largo de los dos siglos transcurridos desde el nacimiento de las diferentes repúblicas independientes en el espacio del antiguo mundo virreinal hispano. En concreto, la de Manuel Estrada Cabrera, quien instauró un régimen cruel a lo largo de veinte años, desde que subió al poder en 1898, siendo ministro de Gobernación, tras ser asesinado el presidente Reina Barrios, hasta su derrocamiento en 1920. Un dictador civil, que, sin embargo, logró controlar al Ejército, y que se mantuvo en el poder a través del fraude electoral, que en algún caso rozó lo surrealista, como en las elecciones de 1916, en las que, siendo Guatemala un país de dos millones de habitantes, fue elegido por diez millones de votos. La selección de los ministros se hacía entre el grupo de aduladores, la Asamblea Nacional no aprobaba nada que no tuviera el visto bueno del presidente y los jueces le estaban sometidos totalmente.
La crueldad del régimen
La crueldad del régimen quedó reflejada en las páginas que con un lirismo descarnado, una espléndida descripción transida de poesía, expresión magistral de ese “realismo mágico” que ha producido obras espléndidas como las de García Márquez, muestra el horror de un poder despótico que, sin ningún tipo de traba legal, era capaz de aterrorizar y llenar de dolor a cualquier persona que osara desafiar al “Señor Presidente”; un mundo en el que la delación y el miedo eran omnipresentes, en el que las torturas más brutales se ejercían de forma rutinaria, llegando a alcanzar incluso a quienes, habiendo gozado del favor de quien era llamado “Benemérito de la Patria” e “Insustituible”, caían en desgracia. Nadie estaba a salvo. La novela nos transmite esa atmósfera opresiva, esa sensación de que “el Señor Presidente” se halla presente en la vida de los ciudadanos, exigiendo de ellos una sumisión total, exterior e interior.
Convertida en uno de los mejores ejemplos de lo que se ha venido a llamar “novela del dictador”, un género muy utilizado por escritores hispanoamericanos para criticar los diferentes regímenes dictatoriales que han azotado el continente, la obra de Asturias, que supuso un cambio profundo en este tipo de literatura al enmarcarla en una verdadera vanguardia que rompía moldes tradicionales, cosechó un gran éxito, rayano incluso en el entusiasmo. Una denuncia desgarradora desde una belleza similar a la de esos volcanes que custodian a la par que amenazan la fastuosidad barroca de Antigua Guatemala. Su lectura nos sumerge en un abismo terrible, desde la fascinación por la delicada construcción del texto, que nos va envolviendo suave y brutalmente.
Quizá se pregunten el porqué de esta digresión literaria sobre un libro publicado hace setenta y ocho años. La respuesta más simple es que me parece un relato extraordinario, espléndido, que creo vale la pena leer y releer. Pero no es sólo esto. La obra denuncia un régimen en el que, bajo apariencia de democracia, de separación de poderes, con elecciones celebradas regularmente, todo está controlado por una persona, alguien cuyo único interés era perpetuarse en el poder a toda costa, sin más objetivo que el de satisfacer ese ansia insaciable. Un personaje que, tras llegar a la presidencia de modo accidental e interino, acabó con cualquier tipo de oposición, torturando y fusilando a sus adversarios. “Don Manuel”, “Benefactor de la Juventud Estudiosa”, como le llamaban sus serviles aduladores, a través del periódico Diario de Centro América, que compró, trataba de encauzar la opinión pública a su favor, apoyado por algunos de los principales escritores del país. Bajo su gobierno se produjeron diversas catástrofes naturales, entre ellas el terremoto que serviría a Asturias para escribir un cuento, Los mendigos políticos, sobre el que basaría El Señor Presidente.
Más allá de la distancia, temporal y geográfica, el grito de Miguel Ángel Asturias contra el abuso personalista del poder es un aldabonazo para que no dejemos que nuestra libertad, lo más valioso que tenemos los ciudadanos, quede secuestrada por ningún “Señor Presidente”.