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8 Jul 2024
8 Jul 2024
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Hiram Bingham: la aventura en la niebla de los Andes

La exploración de la gran cordillera sudamericana trajo un encuentro inesperado: el descubrimiento de una ciudad perdida que hoy en día es una maravilla del mundo

1 de julio, un día que para el mundo de la cultura pop ha sido calificado como el “día internacional de Indiana Jones”, porque dentro de este mundo creado por Steven Spielberg y George Lucas – sí, el de Star Wars-, nuestro Henry Jones Junior nació un 1 de julio de 1899.

Seguramente muchos de ustedes, se habrán preguntado por el origen. La inspiración para hacer a este personaje… o mejor dicho, ¿existió un personaje como Indiana Jones en la vida real? La respuesta es que no ha existido, sino que han existido muchos. Muchos son los exploradores cuyas hazañas en los siglos XIX y XX han sido una fuente de inspiración para a través del arquetipo del héroe construir un personaje que es historia del séptimo arte. De entre ellos, tenemos al profesor estadounidense de Historia y Arqueología Hiram Bingham; como Jones.

Financiado por National Geographic

Perú, verano 1911/12. Nuestro particular “Indiana Jones de carne y hueso” viste como el de la película, trajeado, mientras descansa en las inmediaciones de la catedral de la Asunción. Se encuentra en Cuzco, la que fue la antigua capital del imperio inca y posteriormente la del virreinato del Perú para el imperio español, una ciudad que le encanta a pesar de no ser el mejor lugar para llevar dicha guisa y donde además la falta de oxígeno y la aclimatización ante el temeroso “mal de altura” lo dificulta todo. Pero a la sombra del primer santuario religioso que construyeron los españoles en el siglo XVI en dicho lugar, nuestro explorador no debería amedrentar su ánimo para quien que va en busca de las cimas de América. En un mercado donde danzan las palabras en castellano y en quechua, al profesor le divierte y asombra escuchar lenguajes musicales como si de reminiscencias de los ancestrales dioses se tratase, mientras intenta incitar a estas gentes a que le revelen los rumores que se elevan a 6000 metros de altura, sobre ruinas envueltas por la bruma de la montaña.

Pero nuestro explorador no estaba solo, iba acompañado por una expedición arqueológica formada por distintas disciplinas científicas gracias al apoyo de la famosa institución de la aventura cuyo marco amarillo nos ha cautivado a todos por sus documentales, en post de la exploración y conservación de nuestro mundo.

Como hijo de misioneros protestantes, venía de familia viajera y ya había recorrido Sudamérica, siguiendo por ejemplo los pasos de Simón Bolívar. Además, estaba obsesionado con encontrar Vilcabamba, el último refugio de los incas.

Un santuario sagrado

Para encontrarla necesitó de dos expediciones, donde hubo de viajar a Aguas Calientes – recordándole a su Hawái natal – y montar su campamento a la orilla del Urubamba – cuya agua proviene del Ausangate, en el corazón del valle sagrado -; para desde allí ascender lo que circunda y protege dicho cauce. Así pues, necesitó cruzar sus rápidos a través de precarios puentes de troncos y ascender penosamente “a gatas” durante más de 1h por una pendiente de lluviosas laderas; donde se decía además que habitaban serpientes venenosas. Pero todo esfuerzo tuvo su recompensa, y al final consiguió contemplar unos primeros restos que sobresalían ante el dominio de la densa vegetación y con la aguja de granito del Huayna Picchu al fondo que le arrebató el aliento:

No conozco otro lugar en el mundo que pueda comprarse en la variedad de sus encantos y en el poder de su hechizo.

No encontró Vilcabamba, sin embargo halló algo que se convertiría en un hito de la arqueología – aunque nunca lo supo cómo le ocurrió a Colón – pues la ciudadela de Machu Picchu data de los propios orígenes del primer emperador inca cuando cimentó el Tahuantinsuyo, el imperio de las Cuatro regiones del Sol, casi doscientos años antes de la conquista en 1572. Una ciudadela que siempre fue un epicentro comercial y sobre todo religioso por el significado de las montañas que lo rodean y la celebración de los solsticios y equinoccios entorno a ellas; conectada a siete jornadas por una red de calzadas entre la fría altura de la capital, donde la arquitectura de piedra se funde con sus puntiagudas cumbres selváticas.

En las siguientes visitas, consiguió desenterrar restos mortuorios y caminos que conectaban con otros lugares. Hoy en día además, y en honor a ello, se puede realizar el espectacular Camino Inca, cinco días atravesando la cordillera de los andes cuyo final es contemplar el amanecer sobre las ruinas de la antigua ciudad; cuando el peregrinaje de encuentro con lo místico acaba precisamente al cruzar por el umbral de la Puerta del Sur o Puerta del Sol.

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